Crítica en tiempos alterados
Exposición individual.
Lagasca 40. Madrid, España. 2022.

Textos:

Crítica en tiempos alterados

La obra aquí desplegada, montada como cuadros de una exposición (quisiera fuese la la música de Mussorsky) me ha sorprendido, como tantas otras cosas en mi vida, lo han hecho.  Por lo general, soy bastante proclive a buscar las sorpresas.

Quien busca encuentra

Las pinturas aquí exhibidas son momentos de búsqueda tras haber realizado la exposición KUU: poéticas de la luna, muestra itinerante realizada en el período 2016-2017, entre Perú y varias salas de España.  El proceso creativo y su realización me tomó dos años de gestación, y tras su alumbramiento, quedé vacía.  Había retornado a la pintura después de muchos años de realizar arte conceptual que ya no recordaba lo que era entregar las emociones, frustraciones, limitaciones, intuiciones y todos los iones que se pone en los lienzos.

La vacuidad quise llenarla de color y fui con toda pretensión a la búsqueda de los blancos.  No sabía a lo que me enfrentaría.  Pintaba y no había manera de decir que era blanco a pesar de hacer trampa y usar el blanco directamente del tubo.  Tras muchos meses de trabajo, encontré que lo oscuro hablaba de la luz, así como el blanco solo podía existir por el negro.  Nuevamente, la sorpresa.

Desiertos interiores

Lima es una ciudad árida.  Los cerros que la circundan son lo que comúnmente llamamos pelados.  No obstante, desde hace muchos años están poblados, principalmente, por gente andina que alguna vez migró en busca de una mejor vida.  Nuestro litoral es desértico y las sensuales dunas cerca de nuestras playas, acarician la mirada e, inexorablemente, se absorben a través de todos nuestros sentidos. Para mí, no hay nada que me cause más fascinación que el desierto; es como una sensación de ser acogido y desprotegido a la vez, por toda esa inmensidad desnuda.  Los desiertos interiores que hallé fueron blancos, y en el camino, se fusionaron con las imágenes tatuadas en mi alma, de la playa de Santa María.  Esta obra fue realizada entre 2018 y 2019.

Paisajes Olvidados

A fines del 2019 y comienzos del 2020 ––estación estival en Perú–– me instalé en la playa con el propósito de seguir pintando.  Una luz dorada bañaba mi taller con olor a mar y sonido guapo de olas contra las rocas.  Mi sorpresa fue que de pronto, sentí la necesidad de pintar en otros colores.  Sabemos que el color es un sentimiento.  Por tanto, la alegría que me embargaba desde el amanecer fue a por el rosa (color fetiche en mi obra conceptual).  Produje una serie de pinturas que partían del automatismo del inconsciente.  Fueron momentos de libertad y de la joie de vivre que, contra todo pronóstico, y más surrealista que el mismo automatismo para crear arte,  se vio interrumpida un 15 de marzo de 2020.  Se trataba del virus Covid-19 que ya no nos permitiría volver más al mundo que dejábamos en el olvido.  A esta serie titulé: Olvidados.

Paisajes Confinados

El encierro forzoso al cual fuimos sometidos, cual destierro de nosotros mismos, nos cogió a todos por sorpresa.  En casa, no tenía lienzos ni óleos, apenas algunos tubos que calentaba en baño maría, para sacarles hasta lo último que tenían, exprimiéndolos hasta dejarlos sin aire, ––me estremezco al hacer esta analogía––.  Contaba con lienzos pintados, cuadros de la vergüenza castigados en el depósito, que con poca humildad desconocía como de mi autoría.  Era el momento de sacar provecho de ellos y decidí pintar sobre estos.  Eran trazos, gestos, abstracciones de la visión que tenía de la vida que nos estaba tocando vivir.  Plasmaba sentimientos provocados por el ostracismo por donde el confinamiento me había llevado.  Al acabar el cuadro, volvía a empezar a pintar sobre este.  El empaste, materia, el médium alterado para que durase tantos cuadros pudiese soportar, pudieron acabar con mis nervios.  A los tres meses de confinamiento, recién se abrieron las tiendas de productos no esenciales, es decir: materiales artísticos.  Entonces se me abrió el mundo, solo que yo ya estaba contaminada por el miedo y el dolor infringido por tantas víctimas de la pandemia.  Cuando tuve enfrente mi primer lienzo en blanco, pinté como una obsesa y como ritual de exorcismo, lo corté con el cuchillo que heredé de mi padre.  Este cuadro, actualmente, está siendo exhibido en la exposición colectiva Vivir siendo mujer a través de la historia, en el ICPNA en Lima.  No me imaginé que el cuadro acuchillado tuviese algún interés artístico, salvo para algún psiquiatra.

Paisajes sucedáneos del confinamiento

El clima político en Perú, a mediados de 2021, se tornó kafkiano, y sorprendiéndome a mí misma, tomé la decisión de regresar a vivir a España, mi país de acogida.  Habiendo alquilado una casa amoblada casi en su totalidad, necesitaba habitarla con cosas personales y traje algunos cuadros que más significaron antes y durante la pandemia.  Deseaba que a través de mi obra me conociesen los amigos de siempre y el público que disfruta de visitar galerías.  Los dos cuadros más grandes ––los que cubrí tantísimas veces con un paisaje sobre otro, los enrollé y protegí dentro de en un tubo que cargué conmigo.  En lugar de maletas, embarqué cuatro bultos de cuadros que no pesasen más de 23 kilos cada uno.  Ya en Madrid, fui a que hiciesen los bastidores de mis lienzos enrollados. Sin embargo, me di con una desagradable sorpresa: uno de ellos, sobre el que había pintado cuatro paisajes confinados, que dio nombre a su título, lo encontré craquelado.  Dejé, únicamente, Tres paisajes confinados para colocar el bastidor y todos los demás a enmarcar.  No podía dormir sufriendo por la imposibilidad de mostrar el lienzo que regresé a casa.  Consideraba que era una obra integrante y significativa del momento más álgido de mi condición psicótica durante el encarcelamiento sufrido por la pandemia, además de representar la psicosis global.  Tres días más tarde, dije:  Tengo que cortarlo (ya tenía experiencia en el manejo de armas blancas ––antes, cuchillo y, ahora, tijeras).  Me investí con el gesto de artista y transformé cada fragmento en una obra de arte.  Era necesario realizar este pasaje de renacimiento en Madrid y así cerrar el círculo post pandemia.  Claro está que no fue premeditado, acaso, sí fue buscar una sorpresa.

Finalmente, propongo con esta exposición dejar atrás el impacto de los dos últimos años, del cual todos hemos sido víctimas, en mayor o menor medida.  Ahora entiendo que la luminosidad del blanco que buscaba, en línea con las premoniciones que se suelen atribuir a los artistas, fue un hallazgo de esperanza que percibo he logrado tras mi recorrido por la oscuridad.

 

Cecilia Noriega-Bozovich

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